¿Serán los robots los únicos protagonistas de la
exploración espacial? Aunque sin respuesta en el futuro, en lo que respecta al
presente esta pregunta no alberga dudas. Simplemente, para un ser vivo hubiese
sido imposible vivir ocho años en Marte como lo ha hecho hasta el momento el
rover Opportunity. La fragilidad del cuerpo humano es la gran barrera a superar
para que algún día el hombre pueda visitar astros más lejanos que la Luna.
Las ventajas de los robots son, a día de hoy,
aplastantes. Lo reconoce la NASA con un argumento tan elemental como que las
máquinas tienen menos necesidades y pueden resistir condiciones inhóspitas. Las
personas, en cambio, necesitan agua, alimento y oxígeno. A esto se deben sumar los
efectos de la microgravedad y la radiación en el organismo, que en periodos
prolongados terminan por atrofiarlo. Y, por último, los años que llevaría un
viaje a largas distancias. Estos factores hacen del espacio exterior un coto
vedados para los seres vivos.
Al margen de las limitaciones existe un componente moral.
En el espacio se han perdido decenas de máquinas sin que ello haya causado en
la sociedad el impacto de la muerte de los astronautas del Challenger o el
Columbia.
De la mano
A pesar de todo, los especialistas se resisten a dejar la exploración espacial en exclusiva a la inteligencia artificial. Y es precisamente la inteligencia la que hace imprescindible al ser humano, cuya capacidad de reacción, improvisación y análisis no puede igualar ningún robot que se haya diseñado hasta el momento. Unos y otros deberán viajar de la mano a aquellos lugares que, según lo vaya permitiendo la tecnología, puedan ir llegando los seres vivos. El astronauta de la NASA Ken Bowersox lo deja claro: "Existen muchos ambientes donde no es seguro o rentable enviar a seres humanos. También hay veces cuando la combinación de humanos y máquinas colaborando juntos pueden obtener los mejores resultados".
Uno de los proyectos para mejorar la simbiosis entre
máquina y hombre es el denominado robonauta. Este ingenio artificial en el que
trabaja la NASA tiene como novedad su diseño humanoide, con una cabeza, dos
ojos, brazos, y manos de cinco dedos. Podrá ser controlado directamente por el
astronauta, que, a salvo en una ambiente no hostil, dirija sus movimientos
mediante un casco y unos guantes conectados con el robot. El modelo actual
conocido como R2, lejos aún de cumplir con los objetivos que se ha marcado la
agencia espacial estadounidense, puede levantar con sus brazos hasta nueve
kilos. R2 se encuentra a modo de prueba en la Estación Espacial Internacional.
En un futuro, será capaz de salir de inmediato al espacio exterior para reparar
cualquier avería de la nave, entre otras muchas posibilidades.
Según especifica Rob Ambrose, del Centro Espacial Johnson
de la NASA, “a la larga, este robot se convertirá en la mano derecha de la
tripulación de la estación espacial". “Hay muchas posibilidades para el
futuro. Por ejemplo, podríamos colocarle ruedas de manera tal que R2 podría explorar
un potencial lugar de aterrizaje en un planeta o en un asteroide o podría
instalar un lugar de trabajo o un hábitat allí. Algún día incluso se le podría
colocar un sistema de propulsión a chorro a R2. Pero tenemos que gatear antes
de poder volar”, expone Ambrose.
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