viernes, 20 de abril de 2012

EL EFECTO MARIPOSA

 
En 1988, el escritor James Gleick publicó Caos, libro en el que describe el asombroso “efecto mariposa”. Esta cuestión, formulada en los años 60 por el meteorólogo y matemático Edward Lorenz, del Massachusetts Institute of Technology, forma parte de la llamada Teoría del Caos y trata de responder una pregunta: “¿Puede el aleteo de una mariposa en Pekín provocar cambios climáticos un mes después en Nueva York?”. .
Por razones menos complejas, dentro de un mes unos pocos magnates determinarán el rumbo político de Estados Unidos y, lo que es peor, de todo el mundo. También serán responsables millones de escépticos a quienes la política le resulta menos interesante que naufragar en una isla en compañía de un clavo oxidado.

En Lo que saben de política los estadounidenses y por qué es importante saberlo (Yale University Press, 1996), Michael Delli Carpini y Scott Keeter analizan las respuestas a 3 mil 700 preguntas formuladas a potenciales electores entre 1940 y 1994. Los investigadores intentan evaluar cuánto saben los norteamericanos acerca de su sistema político. Las conclusiones no son muy estimulantes.

En 1952, solamente 27 por ciento podía mencionar dos ramas del gobierno. En 1970, apenas 24 por ciento sabía quién era el secretario de Estado (equivalente a secretario de Relaciones Exteriores y considerado el segundo funcionario más importante después del primer mandatario). En 1988, sólo 47 por ciento podía ubicar Gran Bretaña en el mapa. Los entrevistados sólo pudieron responder cuatro de cada diez preguntas relacionadas con el gobierno.

Según varios estudios, hay dos características que predominan en los procesos electorales de Estados Unidos: el gran desembolso de dinero por parte de unos pocos y la falta de participación de los muchos.

Son los accionistas de las grandes empresas quienes negocian acuerdos con el candidato, financian la campaña e influyen en el programa electoral. Luego, instalan a sus hombres en la administración ganadora, dictan la política económica y, desde luego, se dedican a hacer negocios.

A fines de abril de este año, George W. Bush había recaudado 185 millones de dólares y John Kerry había recolectado 180 millones. Ese dinero no procede de colectas ciudadanas ni ahorros de simpatizantes. El 96 por ciento de la población estadunidense no aporta ni un centavo a ningún candidato, según revela Charles Lewis, director ejecutivo del Center for Public Integrity, en su libro La compra del presidente 2004.

El mayor aporte económico para las campañas presidenciales proviene del uno por ciento de la población de Estados Unidos. Es decir, por millonarios, grandes corporaciones y grupos de presión. En Estúpidos hombres blancos, el cineasta Michael Moore asegura que cuando Bush junior se enfrentó a Al Gore en las elecciones de noviembre de 2000, disponía de 190 millones de dólares desembolsados por apenas 700 personas.

Como contrapartida, destaca la baja participación electoral de los estadunidenses. En 1992, William Clinton ganó la presidencia con 43 por ciento de los votos. En las elecciones presidenciales de 1996, sólo 49 por ciento de los ciudadanos asistió a las casillas. En los comicios de noviembre de 2000, la afluencia de votantes no superó el 50 por ciento: más de 100 millones de votantes potenciales eligieron mantenerse alejados de las urnas.

Si una mariposa que aletea en Pekín puede provocar tiempo después cambios climáticos en Nueva York, imagínense el desastre que pueden causar millones de apático potenciales votantes, mascadores de chiclets, devoradores de hamburguesas y bebedores de cerveza en lata, desinformados por la prensa e idiotizados por la televisión.

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