En el cementerio Père Lachaise de París, sobre la sepultura de un joven periodista y escritor, hay una estatua tumbada y extraordinariamente dotada un poco más abajo de la cintura.
En la tumba están los huesos de un jovenzuelo que murió de un disparo en la víspera de su boda. La historia de su vida fue corta, pero la de su muerte, aún hoy, trae cola.
Victor Noir era redactor del diario La Marseillaise, una publicación antibonapartista. El joven periodista medió en una disputa entre su redactor jefe y un primo de Napoleón III; el Bonaparte se ofuscó y mató al mensajero. Noir fue enterrado en el cementerio de Neuilly, y allí quedó sepultado hasta su traslado al Père Lachaise, donde se le había preparado una sepultura de honor.
La estatua que debía presidir la tumba fue encargada al escultor Amédée-Jules Dalou, y el artista, en un arrebato de realismo, decidió representar la escultura tal y como quedó el periodista en el momento justo de su muerte: tumbado boca arriba y con una portentosa erección que se adivina bajo la tela del pantalón.
No se sabe en qué momento ni quién extendió la superchería de que frotar, besar o rozarse con la bragueta de la estatua asegura la fertilidad de la tocadora.
El resultado es que todo el bronce de la estatua ha adquirido el lógico color oscuro menos la zona de la bragueta, que brilla de forma insultante de tanto y tan continuado rozamiento.
Los comentarios junto a la sepultura no varían mucho. ¡Qué barbaridad!, dicen ellas. ¡Eso es mentira!, replican ellos.
En la tumba están los huesos de un jovenzuelo que murió de un disparo en la víspera de su boda. La historia de su vida fue corta, pero la de su muerte, aún hoy, trae cola.
Victor Noir era redactor del diario La Marseillaise, una publicación antibonapartista. El joven periodista medió en una disputa entre su redactor jefe y un primo de Napoleón III; el Bonaparte se ofuscó y mató al mensajero. Noir fue enterrado en el cementerio de Neuilly, y allí quedó sepultado hasta su traslado al Père Lachaise, donde se le había preparado una sepultura de honor.
La estatua que debía presidir la tumba fue encargada al escultor Amédée-Jules Dalou, y el artista, en un arrebato de realismo, decidió representar la escultura tal y como quedó el periodista en el momento justo de su muerte: tumbado boca arriba y con una portentosa erección que se adivina bajo la tela del pantalón.
No se sabe en qué momento ni quién extendió la superchería de que frotar, besar o rozarse con la bragueta de la estatua asegura la fertilidad de la tocadora.
El resultado es que todo el bronce de la estatua ha adquirido el lógico color oscuro menos la zona de la bragueta, que brilla de forma insultante de tanto y tan continuado rozamiento.
Los comentarios junto a la sepultura no varían mucho. ¡Qué barbaridad!, dicen ellas. ¡Eso es mentira!, replican ellos.
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