La amnesia infantil, el fenómeno por el cual los adultos
son incapaces de recordar hechos de su primera infancia, es algo paradójico.
Poseemos escasos recuerdos de esa época, a pesar de que el cerebro está
tremendamente activo en esos años, cuando la capacidad de aprendizaje y de
retención de información se halla en su punto álgido.
Sheena A. Josselyn y Paul W. Frankland, investigadores de
la Universidad de Toronto, investigan esta paradoja, analizando los mecanismos
de esta amnesia temprana en su estudio Infantile amnesia: A neurogenic
hypothesis.
Sigmund Freud desarrolló una teoría de la amnesia
infantil basándose en la observación de pacientes adultos, de los cuales apenas
podía obtener recuerdos de sus primeros años de vida (los anteriores a sus 6-8
años), y que ha sido continuamente confirmada por las investigaciones
realizadas desde entonces, en distintas culturas y con diferentes técnicas.
Así, según Josselyn y Frankland, la amnesia infantil posee dos fases. La
primera transcurre hasta los 2-3 años de vida, de la cual apenas podemos
recordar nada, y una segunda, entre los 3-7 años, de la que sí podemos guardar
recuerdos, pero en la que nuestra memoria se presenta “llena de agujeros”.
Las teorías psicológico-cognitivas sobre la amnesia
infantil aseguran que la capacidad para disponer de una memoria declarativa
detallada y a largo plazo está en correlación con el desarrollo del lenguaje,
de la mente y del sentido del yo. En la medida en que éstos se van asentando,
la primera tiende a decaer. Sin embargo, aseguran los autores del estudio, “el
descubrimiento de que animales experimentales también sufren de amnesia
infantil señalan que este fenómeno no puede ser explicado en términos puramente
humanos”. Por su parte, las teorías biológicas, que afirman que el desarrollo
postnatal de regiones cerebrales importantes para la memoria interfiere en el
almacenamiento de la memoria a largo plazo, “todavía no han logrado especificar
qué aspectos en particular de la maduración cerebral están relacionados
causalmente con la amnesia infantil”.
La hipótesis que sugieren los autores del estudio se basa
en un hecho clave del desarrollo cerebral postnatal, como es la continua llegada
de nuevas neuronas al hipocampo. Así, los infantes (humanos, primates y
roedores) mostrarían niveles muy elevados de creación de neuronas en el
hipocampo al tiempo que tendrían enormes dificultades para conformar recuerdos
duraderos. En etapas posteriores, la situación tiende a invertirse,
disminuyendo la neurogénesis al tiempo que se activa la capacidad para
almacenar recuerdos duraderos. Sería, según Josselyn y Frankland, esta
correlación la que explicaría la existencia de la amnesia infantil.
El descubrimiento de la que la neurogénesis persiste en
la etapa adulta ha generado gran expectación, en tanto se cree que el aumento
artificial de este proceso podría beneficiar a la memoria. Sin embargo,
aseguran Josselyn y Frankland, habría que examinar si esa actividad extra
podría contribuir también a desestabilizar la memoria dependiente del
hipocampo, examinando si la neurogénesis adulta contribuye a la degradación de
la memoria y a su capacidad de almacenamiento. Para los autores del estudio, la
clave podría residir en el timing. Hay una primera fase en la neurogénesis en
la que las nuevas neuronas, más plásticas que las maduras, poseen sinapsis
específicamente dedicadas a almacenar nuevos recuerdos. A partir de las cuatro
semanas, adquieren el potencial de almacenar memoria a largo plazo.
La importancia de olvidar
La degradación de la memoria es un proceso adaptativo,
toda vez que el olvido, si no está causado por una enfermedad, es una condición
de la salud, ya que proporciona un mecanismo estable para eliminar información.
Un proceso eficiente de olvido “limpia” el hipocampo, haciendo espacio para
guardar la información importante y reduciendo las interferencias. La habilidad
para bloquear la información irrelevante reduce las demandas a las que ha de
dar contestación el cerebro cuando se trata de recuperar información
importante.
Durante la infancia, cuando los niveles de neurogénesis
son elevados, se favorecen los procesos de olvido, por lo que los recuerdos
apenas permanecen. En los periodos de madurez, y especialmente en la tercera
edad, cuando los niveles de neurogénesis son bajos, un borrado
insuficiente puede llevar a interferencias de memoria (reteniendo mucha información poco importante). Entre medias, se daría un balance óptimo. Para los autores del estudio, la integración de estas nuevas células en los circuitos del hipocampo puede facilitar la función cognitiva limpiando viejos recuerdos, reduciendo las interferencias y potenciando la capacidad de almacenaje.
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