El sueño de El Dorado, la ciudad perdida hecha de oro,
llevó a muchos conquistadores a emprender una búsqueda inútil, y muchas veces
mortífera, a través de las selvas y montañas de Sudamérica. Pero siempre fue en
balde. Según confirman descubrimientos arqueológicos recientes, “El Dorado” no
era realmente un lugar, sino una persona.
La llegada de Colón a América en 1492 marcó el inicio de
un choque de culturas como pocos registra la historia. Fue una brutal
confrontación de visiones completamente opuestas sobre lo humano y lo divino.
El mito europeo sobre una ciudad perdida de oro que
estaba ahí para ser descubierta por un conquistador aventurero encapsula la sed
insaciable de los europeos por el metal dorado y el deseo inquebrantable de
exprimirle todo el jugo a las nuevas tierras.
El mito sudamericano de El Dorado, por otra parte, revela
la verdadera naturaleza del territorio y las personas que vivían ahí. Para
éstas, El Dorado nunca fue un lugar, sino un gobernante tan rico, que
supuestamente se bañaba en oro de pie a cabeza cada mañana y se lavaba todas las
noches en un lago sagrado.
La verdadera historia detrás del mito ha sido
reconstruida como un recompencabezas en años recientes utilizando una
combinación de textos históricos antiguos e investigación arqueológica.
CEREMONIA DORADA
En el corazón de la misma se encuentra una ceremonia real llevada a cabo por los pueblos Muisca, que hacen vida en el centro de Colombia desde el año 800 d.C. hasta nuestros días.
Diferentes cronistas españoles que llegaron al continente
a principios del siglo XVI la describieron como la ceremonia de “El Dorado”.
Uno de los mejores relatos lo produjo Juan Rodríguez Freyle.
En el libro de Freyle, “La conquista y descubrimiento del
reino de la Nueva Granada”, publicado en 1636, el cronista cuenta cómo cuando
el jefe de los Muisca moría, se daba inicio a un proceso de sucesión para
escoger al “líder dorado” o “El Dorado”.
El nuevo jefe de la comunidad, generalmente un sobrino
del anterior líder, pasaba por un largo proceso de iniciación que culminaba con
acto final, en el que remaba en una canoa por un largo sagrado, tal como la
laguna de Guatavita.
El jefe se presentaba desnudo, sólo cubierto por polvo de
oro. Rodeado de cuatro sacerdotes de alto rango adornados con plumas, coronas
de oro y demás ornamentos, hacía una ofrenda de objetos dorados, esmeraldas y
otros materiales preciosos a los dioses, que arrojaba al lago.
La orilla del lago circular se llenaba de espectadores
ricamente aderezados que tocaban instrumentos musicales y encendían fuegos que
casi bloqueaban la luz solar que bañaba el lago. La canoa misma llevaba cuatro
fogatas que lanzaban columnas de incienso a los cielos.
Una vez en el centro del lago, uno de los sacerdotes
izaba una bandera señalando a la muchedumbre que hiciera silencio. Este momento
marcaba el punto en que la multitud juraba fidelidad a su nuevo líder, gritando
su aprobación desde la orilla.
EQUILIBRIO CÓSMICO
Muchos aspectos de esta interpretación de los eventos han sido validados por una minuciosa investigación arqueológica, la cual también revela la habilidad excepcional y la escala de producción de oro en Colombia al momento de la llegada de los europeos, en 1537.
Dentro de la sociedad Muisca, el oro, o más
específicamente una aleación de oro, plata y cobre llamada tumbaga, era muy
apreciada, no sólo por su valor material sino por su poder espiritual, por su
conexión con las deidades y su habilidad para mantener el balance y la armonía
dentro de la sociedad.
“Para los Muisca de hoy, como para nuestros ancestros, el
oro no es más que una ofrenda. El oro no representa riqueza para nosotros”,
afirma Enrique González, descendiente de Muiscas.
Una investigación reciente llevada a cabo por María
Alicia Uribe Villegas del Museo del Oro en Bogotá y Marcos Martinon-Torres del
Instituto de Arqueología del University College de Londres muestra que estos
objetos de “oro” eran hechos específicamente para usarlos en forma inmediata
como ofrendas a los dioses, a quienes se pedía balancearan el cosmos y
aseguraran una relación equilibrada con el ambiente.
Según el arquólogo Roberto Lleras Pérez, experto en
orfebrería Muisca y sistemas de creencias, la creación y el uso que los Muisca
le dieron al metal precioso era especial dentro de Sudamérica.
“Hasta donde sé, ninguna otra sociedad dedicó más de la
mitad de su producción a las ofrendas votivas”, dice.
Los objetos de oro, como la colección de tunjos (ofrendas
generalmente planas, con figuras antropomórficas) que se encuentran en
exposición digital en el Museo Británico, fueron hechas utilizando un proceso
por el cual se creaban delicados moldes de arcilla sobre modelos de cera, de
los que se sacaban las piezas de oro.
Como todos los objetos tienen la misma “firma química” y
marcas de manufactura, está claro que estaban destinados específicamente a las
ofrendas divinas. Es posible que se hicieran apenas unas horas o días antes de
ser depositadas en el lago.
DESLUMBRADOS
La forma en que la historia se transformó en el mito de una legendaria ciudad de oro revela cómo el metal precioso era una fuente de riqueza material para los conquistadores. Ellos no entendían su valor verdadero para la sociedad Muisca. Las mentes del Viejo Continente simplemente no podían procesar la idea de cuánto oro podía haber sido arrojado al fondo de un lago y enterrado en otros sitios sagrados de Colombia.
En 1537 el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada y su
ejército de 800 hombres se apartaron de su misión de encontrar una ruta a Perú
y terminaron en la tierra de los Muisca por primera vez.
Quesada y sus hombres se adentraron cada vez más profundo
en territorios extraños e inhóspitos donde muchos perdieron la vida. Pero lo
que encontraron los deslumbró. El trabajo en oro de los Muisca no se parecía a
nada que hubieran visto antes.
Trágicamente, la cacería desesperada de oro sigue viva.
Los arqueólogos que trabajan en institutos de investigación como el Museo del
Oro están luchando contra una ola creciente de saqueadores.
La cantidad descubierta es impresionante. En los años 70,
el número de nuevos lugares hallados fue tal que el precio mundial del oro se
desplomó.
Como consecuencia, la gran mayoría de los objetos
preciosos precolombinos de oro han sido derretidos y su valor real como pistas
para entender el trabajo de una cultura antigua se han perdido para siempre.
Afortunadamente, las colecciones que sobrevive en sitios
como el Museo del Oro y el Museo Británico pueden abrir una ventana para
entender las diferentes perspectivas sobre el valor material y la percepción
humana, y aún más importante, entender la verdadera historia detrás del mito de
El Dorado.
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