Sarah Newton, de 32 años, pasó 40 minutos despierta
cuando la anestesia que le suministraron para una operación quirúrgica falló,
pero no podía moverse ni gritar debido a los relajantes musculares.
Sarah ha contado al Dailymail.co.uk la agonía de sentir
cómo el cirujano le cortaba el estómago en el momento en que ella se despertó
de la anestesia. Mientras permanecía paralizada sobre la mesa de operaciones
pudo oír a los médicos hablar sobre ella sintiendo cada incisión que se le
hacía.
Incapaz de moverse y gritar, recurrió a contar cada
puntada y cada grapa que se dio para coser sus heridas y esperar el final de la
operación. Cuando finalmente la medicación le permitió moverse 20 minutos
después de la operación, Sarah estaba tan traumatizada que sufrió un ataque
histérico.
El hospital universitario de Coventry la ha indemnizado
con algo más de 35.000 euros como compensación después de que un médico
admitiera que “desconectó la anestesia demasiado pronto”.
A Sarah, madre de dos niños, le diagnosticaron en 2004
una hipertensión intracraneal, lo que le causaba severos dolores de cabeza y
podía dejarla ciega. Obligada a tomar medicación diariamente, los médicos le
sugirieron que una operación podría drenar líquido de su cerebro presionado a
su estómago, operación que se realizó en 2010. Después se procedió a otra
operación en su espina dorsal y su estómago en 2011 con la esperanza de aliviar
más la presión sobre su cerebro.
Lo último que Sarah recuerda es tener un tubo en su mano
y que todo se “volviera negro”, antes de despertarse con el mayor dolor.
“No hay palabras para describir cómo me sentí”, explica.
“Pude sentir cómo me cortaban. Me abrían el estómago. No estaba segura de si
estaba soñando. Les pude oír hablar pero no me podía mover. Trataba de gritar”,
señala.
“Intenté desesperadamente mover mis dedos de los pies
pero no podía mover nada. Intenté acelerar los latidos de mi corazón para que
se dieran cuenta, pero no se enteraron. No podía hacer nada”, añade.
“El sentimiento de estar atrapada era peor que el dolor.
Nunca había experimentado el auténtico pánico hasta entonces. Creía que iba a
morir. Era como si me torturaran, pero no podía pararlo”, afirma.
Finalmente, Sarah recordó las explicaciones de sus
médicos sobre la operación y se dio cuenta de que la apertura del estómago era
al final, por lo que esperó al final del procedimiento.
En total recuerda 40 minutos de la operación, aunque le
parecieron “horas”. Al recuperarse, gritó de manera incontrolable. Una
enfermera corrió a buscar al anestesista y Sarah le contó todas las
conversaciones que había oído durante la operación. Le dije: “Estaba
despierta”. Él estaba mortificado. No paraba de decir “lo siento, no debería
haberlo hecho”.
El anestesista de Sarah decidió ese día cambiar la rutina
que utilizaba siempre con sus pacientes. Decidió desconectar la anestesia antes
de que la operación hubiera acabado para que la recuperación de Sarah fuera más
rápida después.
Inmediatamente aceptó su error aunque mantuvo su puesto.
Pero el hospital jamás contestó a las quejas de Sarah, a quien le
diagnosticaron un severo estrés postraumático, con ataques de ansiedad y
agorafobia, lo que le ha llevado a estar encerrada seis meses en su casa. Ahora
toma morfina cada día y sólo recientemente ha empezado a salir de casa.
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