Muchos hemos tenido esa experiencia de, en un momento de
suprema aburrición, voltear a mirar el reloj y ver cómo sus manecillas, por un
instante, no avanzan e incluso la percepción nos engaña haciéndonos creer que
su segundero va marcha atrás. Parece, nos dice Tom Stafford de la BBC, “como si
hubieras sorprendido al reloj en un momento de pereza”.
La sensación, conocida en psicología como “la ilusión del
reloj detenido”, no es tan extraña como podría pensarse y, por el contrario, es
bastante común y normal.
Recientemente investigadores del University College de
Londres recrearon la sensación en un ambiente controlado, un laboratorio en
donde pidieron a voluntarios que, vagando la mirada, se encontraran de pronto
con un reloj digital situado en las cercanías para tal efecto, para que después
dijeran por cuánto tiempo habían mirado este. Para sorpresa de todos, la
estimación sistemáticamente superaba el periodo real de observación.
Una de las causas que explican esta diferencia en la
percepción es que llevar la mirada de un punto a otro por lo regular es un
movimiento tan rápido, tan común que raya en lo involuntario: cuando los ojos
se mueven con velocidad, hay un momento en que la experiencia visual se
interrumpe (una prueba sencilla: abre tus brazos en toda su amplitud con los
dedos índices extendidos y el resto recogidos, mira uno de estos y a
continuación voltea hacia el otro tan rápido como puedas; seguramente
experimentarás un instante en que todo se oscurece).
En el caso de las manecillas que parecen burlarse de
nuestro tedio, es esta interrupción la que hace creer a nuestra conciencia que
el reloj se detuvo. Esta teoría se complementa con un comportamiento
ampliamente documentado del cerebro: cuando nos enfrentamos a vacíos de
percepción, nuestro cerebro tiende inmediatamente a cubrirlos de alguna forma,
así sea con información no necesariamente real o efectiva, propia de ese
momento, muchas veces con lo que sucedió inmediatamente después. Esto, además,
se acentúa en situaciones en que lo percibido es un movimiento sumamente
regular, justo como un reloj (analógico y aun los digitales).
Pero más allá de esta explicación —fascinante en sí
mismas— fenómenos como este nos muestran que de vez en cuando (e incluso más
que eso) es bueno dudar de nosotros mismos, no creer que lo que percibimos es
la realidad absoluta y que nuestro cerebro, en toda su perfección, es un
asistente falible.
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