Una muerte, aun cuando no es inesperada, suele ser
devastadora, pues lo imparable y rotundo de la misma, nos permite ver lo
vulnerables que en verdad somos. Nos recuerda que no tenemos el control
absoluto, pues estamos a expensas de un destino fortuito y nos confronta,
también, con el hecho de que el cambio es inminente.
Son muchas cosas las que pasan cuando alguien cercano y
querido muere: tanto a nivel personal, como a nivel familiar. A nivel
individual, las personas suelen reaccionar de diferentes maneras, y estas
reacciones y actitudes que se toman, naturalmente, impondrán cambios en la
dinámica familiar. Ante este tema, es común que se hable de las etapas del
duelo. Una de ellas es negar lo sucedido, generalmente como reacción inicial
ante la noticia, cuando esto ocurre la persona sigue su vida como si nada
hubiera pasado, sin manifestar sentimientos dolorosos asociados a lo sucedido.
La negación nos sirve para dejar disponibles recursos
emocionales y reaccionar adecuadamente, es decir, es un sistema de alerta que
se activa ante una emergencia. Los investigadores afirman que la gente que sólo
niega sin pasar por otras etapas del duelo, suele manifestar su dolor y
tristeza (negados) a través del cuerpo que podrían desencadenar en
padecimientos graves como cáncer, tumores, alucinaciones y depresiones profundas,
entre otros.
Suponiendo que la persona no se quedó en la negación,
cuando ésta ya no es necesaria, lo siguiente es que sobrevengan emociones que
se relacionan con la ira y surjan preguntas como: ¿por qué a mí?, así como
sentimientos de injusticia. La ira, por lo general, sirve para defendernos de
la tristeza y el dolor, pero cuando las personas se quedan estancadas en esta
etapa pudiera existir una regresión a la negación.
Aunque la persona enojada y que niega lo ocurrido está
expresando "todo" a través de la ira, por lo general, explota con
otros probando su lealtad o “se castiga" por este enojo que siente y puede
caer en conductas extremas que le pongan en riesgo o que le lastimen, pues no
está logrando canalizar el dolor y asumir su tristeza.
La siguiente etapa es la de negociación, en la cual, la
persona siente que, tras haber negado por un rato, haber sentido ira u otros
sentimientos más complejos, cuenta con herramientas que le permiten tolerar la
realidad tan dolorosa que está viviendo y que puede adentrarse en los
enigmáticos caminos por los que nos hace transitar la tristeza.
El llegar a sentir tristeza es el principio de un camino
largo, pero donde ya se podrá ver la luz al final del túnel. Sin embargo, en
esta etapa, la persona se encuentra más vulnerable y necesitada de afecto,
apoyo y comprensión.
En este momento del duelo la persona suele estar más
distraída u olvidadiza, tiene problemas de sueño, está irritable. A nivel
biológico, puede encontrarse con las defensas bajas, enfermarse de gripe,
gastritis, subir o bajar de peso. A nivel social, tiende a bajar su rendimiento
laboral y/o académico.
Lo óptimo no es sólo pasar por estas tan conocidas etapas
en el orden presentado, sino que en cada una de ellas, la persona se permita
sentir y expresar las emociones tan intensas, ambiguas y complejas que se
experimentan tras una pérdida, hasta albergar la capacidad de negociación y la
aceptación.
Generalmente, el tiempo en el que se llega a esto son dos
años. Pero una vez que se transita por estas últimas etapas, la persona ha
superado su pérdida, es decir, ya puede seguir con su vida, asumiendo la falta
y su tristeza sin que su rendimiento en diversas áreas esté afectado.
Es importante tener en cuenta que aunque la tristeza no
es un sentimiento socialmente aceptado, existe y es necesario aceptarla,
sentirla y canalizarla adecuadamente al expresarla para poder depositarla en
algún momento en actividades intelectuales, sociales o artísticas, por ejemplo.
Todos vivimos con diferente intensidad el duelo, pues
cada persona cuenta con diferentes recursos, situaciones de vida, necesidades y
habilidades para afrontar una pérdida. En otras palabras, podemos decir que las
fases de duelo que se mencionan son más bien momentos en donde predominan
ciertas emociones y reacciones que se esperan en una persona que ha sufrido una
pérdida.
Lo que sí es un hecho es que la persona seguramente está
devastada y necesite desahogo, por lo que ante una pérdida además del apoyo
familiar y social es muy recomendable un acompañamiento terapéutico.
Una pérdida no sólo afecta a individuos sino a sistemas
completos, por lo que es importante que la familia o círculo social se permita
hablar del difunto y de lo que ocurrió con él o ella, así como de sus defectos
y de sus virtudes.
Asimismo, debe promoverse hablar de los miedos que nos
genera la muerte, cómo afectó a cada uno de los miembros esa ausencia,
permitirse llorar, desahogarse y apapacharse las veces que sea necesario. En la
medida en la que honremos la vida de una persona, recordando virtudes y
defectos, podremos encontrar un aprendizaje valioso, tanto en su vida como en
su muerte.
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