En psicopatología, llamamos “locos” a los
esquizofrénicos, con delirios y fantasías sin realidad alguna. Están también
los “neuróticos”, como usted o yo, con variedades de rayones, pero más o menos
adaptados a la realidad práctica cotidiana. Los psicópatas, sin embargo,
parecen normales pero no lo son. Al colegio donde estudié suelo llamarlo
“fábrica de psicópatas”: sufrí el matonaje de varios, y algunos hasta hicieron
noticia por delitos gravísimos y otros “menores”: uno de ellos ganó el
“Condorazo Ambiental 2010″. He conocido un par más, en un cargo directivo de un
colegio o a cargo de una revista de desarrollo personal (!)
Es muy importante aprender a detectar a estos
especímenes, para poder protegerse de ellos.
El psicólogo canadiense Robert
Hare los llama “depredadores sociales”: “lo
primero y más llamativo del psicópata es su encanto superficial; son hábiles
socialmente, simpáticos, atrayentes, conquistan a todos quienes los conocen en
primera instancia. Además, son capaces de mentir de manera descarada: no les
importa hacer sufrir a los otros con tal de lograr sus objetivos. Hay crueldad,
falta total de empatía hacia los demás, falta de remordimiento, culpa o
arrepentimiento, y una especial dificultad en aceptar sus errores o
responsabilidades en los hechos. No son capaces de concebir emociones: pueden
simularlas para conseguir beneficios, pero no las sienten. Por lo mismo, los llaman
“desalmados”. Son quienes manejan la economía mundial.
Según Alfredo Moffatt, “el
psicópata es el asesino serial, el estafador, el delincuente brutal y sin
compasión, el torturador; tiene un interior completamente vacío. Está afuera,
en el mundo -es como un robot, un reptil- porque adentro no hay nadie. La
mirada del psicópata grave da escalofríos: nos mira como a un objeto a
manipular, no como un sujeto con el cual interactuar. Actualmente, el psicópata
tiene dos destinos: si es pobre va a la cárcel y si es rico va al poder”.
En tiempos de crisis, ningún político llega al poder sin componentes
psicopáticos, pues la guerra por el poder se realiza en base a traiciones y
mentiras. En la cárcel, Moffatt menciona “uno al que hasta los guardias le temían, porque podía
atacar de improviso. Un día tomó un lápiz y se lo clavó en el ojo a otro
compañero; sólo para intimidar, porque con eso generaba terror”. “Por ejemplo, Menem es un psicópata
histérico, manipulador, seductor; hay anécdotas que lo muestran como un
gran tramposo. En cambio, Videla es un psicópata mesiánico”.
“Nos sería muy difícil ser psicópatas. Si nos
obligaran a torturar y empezáramos a cortar a alguien con un vidrio, al ver la
sangre nos desmayaríamos, porque no podemos evitar identificarnos. En cambio,
el psicópata sádico piensa: “Este vidrio no corta nada” y rompería otra
botella. Hitler era otro psicópata, proveniente de un pueblo con
características paranoides -cada tanto, los alemanes hacen un delirio
guerrero-. Hitler creaba hipnosis colectiva: hacía los actos en los bosques,
con fogatas, con banderas al viento, algo ancestral en los pueblos teutones. El
resto se lograba con reflectores: gritaba y gesticulaba, como salido de una
ópera de Wagner, hablaba del sionismo internacional, los enemigos que
iban a destruir Alemania, y con eso generaba el trance”.
La psicopatía es funcional al sistema en los cuerpos de
seguridad: si un carabinero o un torturador le rompiera la cabeza a alguien y
después dijera: “¿Qué hice…?
Usted no hizo nada y yo le reventé la cabeza, me siento mal”, lo
echarían: no cumple con su deber. Para el imperialismo de EE.UU. es
inimaginable tirar napalm a los vietnamitas y sentir culpa después.
Mataron a
seis millones de vietnamitas y siguen tan simpáticos y sonrientes (ahora matan
iraquíes y afganos). Moffatt: “Cuando
se estaba por terminar el contrato del Canal de Panamá, dijeron que el
presidente Noriega era traficante de drogas y un delincuente, y así
justificaron la invasión para capturarlo. Siempre son ellos los agredidos
y los buenos, todos criados por Walt Disney…; en cambio, Rambo es un
héroe-robot de esa cultura de plástico. Cuando se quieren hacer los compasivos
es peor todavía, porque es una compasión falsa, dan más miedo que si sacaran un
revólver.”
El psiquiatra argentino Hugo Marietán afirma que 3% de la
población tiene características psicopáticas y que no hay “tipos”, sino
diversos grados o intensidades. Así, “el
violador serial sería un psicópata más intenso o extremo que el cotidiano. Son
artistas de la mentira”.
Cuando, por ejemplo, nos enfrentamos a
alguien que intenta convencernos de las bondades de un proyecto altamente
destructivo del medioambiente y de la salud de las personas, es muy probable
que se trate de un psicópata. Sólo le importa su propio beneficio, no el daño
que se cause. Hay varios de ésos saliendo en las noticias -¿qué me dice de los
ganadores del “Condorazo Ambiental” de Greenpeace y The Clinic?-, así que es
vital poder reconocerlos.
Hay quienes partieron en la izquierda –porque era
funcional a sus propósitos- y ahora mienten y se llenan los bolsillos en una
multinacional.
Por supuesto, la bandera utilizada siempre es
suprapersonal -nunca va a decir: “Vamos
a trabajar para mí”-. Esto se ve bastante en líderes religiosos
psicópatas, que apelan a la salvación del más allá. Otras banderas pueden ser
apelar al bien común, al patriotismo –Stalin-, la liberación del comunismo
internacional –Pinochet-, la lucha contra el terrorismo –Bush-, la raza
superior –Hitler-. El psicópata siempre necesita buscar un enemigo, para
aglutinar; le encanta el poder, y trata de obtenerlo y mantenerlo lo más
posible. Y a fin de cuentas todos pierden, lo que los diferencia de líderes
como –por ejemplo- San Martín, Gandhi, Martin Luther King o Mandela.
Fte: Revista Somos – Alejandro Celis Hiriart
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