Hay dos hipótesis que compiten para explicar dónde,
cuándo y cómo se expandió la primera lengua indoeuropea, si es que se puede
hablar con propiedad de la «primera lengua indoeuropea». La explicación
convencional, y probablemente más admitida hasta ahora, sitúa la raíz madre del
indoeuropeo hace unos 6.000 años en la zona esteparia entre la Europa
suroriental y el Asia central.
Una versión alternativa es que el «protoindogermánico» o
«protoindoeuropeo» nació no muy lejos de allí, en Anatolia, en la actual
Turquía, junto al mar Negro, y que se expandió con el desarrollo de la
agricultura (aunque no solo por este motivo) entre el 8000 y el 9000 antes de
Jesucristo. Es decir, en la misma época en que las mejores cronologías bíblicas
nos dicen que vivieron Caín y Abel, y mucho antes de la llegada de nuestro
padre Abraham a la Tierra Prometida (en torno al 1850 antes de Cristo).
La segunda hipótesis del origen del indoeuropeo (en
Anatolia y hace entre 8.000 y 9.000 años) es la que ahora apuntala una
investigación que publica la revista especializada «Science» en su último
número.
El español, como el inglés, el francés, el alemán, el
ruso, el polaco, el persa, el hindi..., y también lenguas antiguas como el
latín clásico, el griego clásico, el sánscrito..., todas ellas, son lenguas
indoeuropeas, una de las familias más prolíficas del mundo, que en sus
versiones modificadas actuales se habla en puntos tan distantes como Islandia
de Ceilán.
La «protolengua»
Lo que llamamos indoeuropeo es una «protolengua», una lengua no documentada, una hipótesis con la que se explica el origen de otros idiomas.
Cuando los británicos se asentaron en la India, durante
el siglo XVIII, observaron certeramente el parentesco entre el habla de allí y
las lenguas occidentales. Por ejemplo, especialmente similares encontraron los
nombres de los números, que eran palabras de uso muy frecuente en el comercio.
Las designaciones indias «asta» y «nava», parecían calcos del latín «octo»,
«novem», o al revés. Concluyeron estos británicos, también acertadamente, que
esos parecidos no podían ser un mero producto del azar.
En el siglo XIX ya se establecieron comparaciones más
fiables en Europa, a la que llegaban manuscritos de distintas lenguas.
Empezaron a hacerse estudios serios comparativos del hindi, el latín, el
griego, las lenguas eslavas, el armenio, etc. Nació la gramática comparada, y
más en concreto la indoeuropeística, que en España, actualmente, cultiva el
profesor Francisco Rodríguez Adrados.
El modelo de Bayes
Volviendo a la revista «Science». Los autores del artículo en cuestión han empleado métodos estadísticos de inferencia del matemático Thomas Bayes, técnicas de la «filogeografía» (el estudio de los procesos responsables de la distribución geográfica de los individuos) y de la «filogenética» (distribución geográfica según modelos asociados con la procedencia genética). Al cóctel anterior han añadido el vocabulario básico de 103 lenguas antiguas y modernas indogermánicas.
Con ello, y la adecuada elaboración, evidencian el modelo
de expansión de las familias de las lenguas indoeuropeas y hallan indicios
decisivos que sitúan al indoeuropeo en Anatolia en un momento que casa con la
expansión de la agricultura (entre el 8000 y el 9000 antes de Jesucristo).
Según los autores del trabajo, sus resultados ponen de manifiesto el papel crucial
que la inferencia «filogeográfica» puede jugar para resolver debates sobre la
prehistoria.
El método que han adoptado Remco Bouckaert, de la
Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, junto a Philippe Lemey, Michael Dunn
y otros colegas (que son los que firman el artículo de «Science»), ya se emplea
en la biología evolutiva para establecer familias genéticas basadas en
similitudes de ADN, o para rastrear el origen en la expansión de un virus.
La novedad de este artículo de «Science» es que en lugar
de comparar especies, los autores han comparado lenguas indoeuropeas, y en
lugar de ADN, han buscado palabras afines, con una raíz etimológica común, como
«mother» en inglés, «Mutter» en alemán y «madre» en español.
Información espacial
Bouckaert y compañeros concluyen su artículo en estos prometedores términos: «La ‘filogenética’ de la lengua proporciona conocimiento en profundidad de la historia cultural de sus hablantes. Nuestro análisis de las lenguas indoeuropeas antiguas y contemporáneas muestra que esos conocimientos se pueden hacer incluso más poderosos incorporando de forma explícita información espacial».
Últimamente se habla mucho de la importancia de trabajar
en equipo, especialistas de distintas disciplinas, para llegar a buenos
resultados. Esta investigación sobre el origen del indoeuropeo va en esa línea,
la de la multidisciplinariedad.
«La lingüística ‘filogeográfica’ nos capacita para situar
la historia cultural en el espacio y en el tiempo. De esta manera, nos
proporciona un marco analítico riguroso para la síntesis de los datos
culturales, genéticos y culturales», se subraya.
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