martes, 29 de enero de 2013

¿SER ESPIRITUAL ES LO MISMO QUE SER RELIGIOSO?


El dilema entre la materialidad y la espiritualidad tuvo por muchos siglos en la religión su punto de apoyo y soporte, pero ahora que esta se encuentra desacreditada, parece ser posible ser espiritual sin ser religioso. ¿Es así? ¿O se trata de una trampa del pensamiento autoreflexivo?


Para bien o para mal, en su desarrollo civilizatorio la especie humana estableció una diferencia más o menos tajante entre cuerpo y mente, sobre todo en la medida, más o menos evidente, de que uno parece alineado a la materialidad pura y el otro más bien a la abstracción y lo invisible. Nuestro cuerpo, nuestras manos, nuestra piel, nuestros aromas, los podemos ver y sentir, en su sufrimiento y su placer; no así nuestras ideas y pensamientos, que si bien encuentran eventualmente expresión real y física, en el momento de gestarlos no parecen sino elucubraciones vagabundas y fútiles, dispuestas a desaparecer al instante siguiente para ya jamás ser recuperadas

Es probable que esta dicotomía haya animado el desarrollo de la espiritualidad, la creencia en una realidad no material y sin embargo existente que influye en la realidad material y palpable. Así como nuestras ideas y pensamientos se manifiestan en, digamos, nuestros hábitos y nuestras acciones, así también el mundo podría obedecer a fuerzas invisibles que determinan sus fenómenos.

Pero esto que inicialmente se dio como mero impulso epistémico, un esfuerzo cognitivo por explicar el entorno, derivó por el mismo funcionamiento de las sociedades en una institucionalización de la creencia y su transformación en religiones. Dioses, potencias, ritos propiciatorios, jerarquías sacerdotales, libros sagrados y otras prácticas culturales hacia los que se encauzó la espiritualidad que, parece, es parte esencial del ser humano ―sin perder de vista, claro, que esta pretendida “esencia” o “naturaleza” es también, siempre, una construcción cultural.

Con el tiempo sin embargo, y sobre todo por la influencia de la modernidad y su insaciable fagocitación de paradigmas, la religión cayó en desprestigio, y explicar el mundo a través de sus códigos pareció anacrónico, insuficiente e inútil. Entre tres y cuatro siglos duró la paulatina demolición del otrora imponente edificio religioso, hasta reducirlo a la reliquia de tiempos pasados que parece ser en los nuestros.

Y, con todo, la dicotomía persiste. Se argumenta, acaso con razón, que el ser humano puede no ser religioso, pero tiene que ser espiritual. Puede, en efecto, no realizar cotidianamente rituales preestablecidos por una entidad mayor a él (ir a misa, rezar 5 veces de cara a la Meca, observar el sabbath), pero al parecer es contranatural vivir sin ningún tipo de pensamiento trascendente, sin un soporte mental que dé sentido al caos y la contingencia, a lo inexplicable y lo desmesurado.

La nuestra, en efecto, es una época heredera de la razón y la lógica como los únicos recursos válidos para explicar el mundo. Una época donde el amor, por ejemplo, se explica como la conjunción neuroquímica de diversos elementos, y ya no, como se hacía antaño, por la influencia de seres venidos de realidades paralelas y perceptibles solo por los radicales efectos de la pasión amorosa.

La pregunta es si de verdad esto es suficiente y satisfactorio, si de verdad nos basta con saber que el amor es eso, solo una reacción química, y no un fenómeno que trasciende la pobre materialidad de nuestras personas.

Así, huérfanos como nos encontramos de los grandes modelos explicativos como la religión, actualmente no es raro escuchar que alguien se declara “espiritual pero no religioso”, un dilema que a primera vista parece no tener sentido pero que, en efecto, posee su propia lógica.

En el sitio Reality Sandwich, Adam Elenbaas se pregunta por las diferencias entre ambos conceptos para poder discernir si, en efecto, expresan distintas cosas. Escribe Elenbaas:
Hay algunas preguntas que podemos hacernos. ¿Deseamos liberarnos de todas las ataduras de este mundo y salir del ciclo de la reencarnación, para alcanzar la iluminación y el nirvana? Si es así, compartimos la presunción religiosa más fundamental. ¿Creemos que la humanidad está involucrada en estados cada vez más altos de consciencia y en camino hacia la unidad y unicidad? Si es así, compartimos también la más fundamental de las presunciones religiosas.

¿Creemos que se requiere expiación, purga o sanación de las cosas “bajas” para alcanzar cosas más altas? Si es así, compartimos la presunción de las mayores religiones de nuestro planeta. ¿Anhelamos liberarnos del sufrimiento y la miseria de este cuerpo y este mundo? ¿Sentimos que no pertenecemos aquí? ¿Sentimos que el ego es una ilusión o algo que necesita servir a un ser mayor o reunirse con el todo? Si es así, entonces compartimos las presunciones fundamentales de todas las religiones.

Como se ve, el asunto no es tan sencillo como parece. Pocas veces lo reconocemos, pero la verdad es que estamos moldeados por siglos y siglos de cultura que, imperceptiblemente, forman lo que consideramos nuestras creencias más profundas.

Si existe una solución ―que también puede ser un engaño, una trampa del pensamiento autoreflexivo―, quizá esta radique en la autenticidad y la sinceridad.

¿A qué se refiere la expresión “espiritual pero no religioso”? ¿A un esfuerzo personal intenso por encontrarnos y no perdernos, según sugiere Elenbaas?

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