La antigua ciudad helenística de Hierápolis, Pamukkale
(que significa literalmente “castillo de algodón” en turco) es una incomparable
maravilla natural. Sus terrazas, originadas por movimientos sísmicos y que a
simple vista parecen cataratas petrificadas, son el rastro dejado durante miles
de años por aguas de un manantial con alto contenido mineral, dibujando lo que
parece ser una cascada de nieve.
Esta joya blanca ubicada al suroeste de Turquía recibe
cada año a más de medio millón de visitantes que vienen a bañarse en la
“piscina sagrada” que se ha convertido en un santuario de peregrinación por sus
poderes curativos. Y cuentan que cuando la princesa ptolemaica Cleopatra Selene
II visitaba esta ciudad se sumergía en sus divinas aguas.
Paradójicamente, el cauce de estos baños terapéuticos
—famosos por curar padecimientos como el reumatismo, enfermedades del corazón,
arteriosclerosis, hipertensión y alergias de la piel— está muy lejos de ser un
“paraíso”. Hace unos días, reconstruyendo la ruta de estas aguas termales, un
equipo de arqueólogos italianos llegó a su lugar de origen; una cueva celebrada
por la mitología greco-romana como un portal hacia el inframundo: las puertas
del infierno.
Como salida de una película de terror, los restos de la
también llamada Puerta de Plutón fueron hallados por un grupo de científicos
encabezado por Francesco D’Andria, profesor de arqueología clásica en la
Universidad de Salento en Lecce, Italia, que durante años ha estado
investigando y excavando la antigua ciudad frigia declarada Patrimonio de la
Humanidad hace 25 años.
Desde Cicerón hasta la Enciclopedia de Princeton de
Sitios Clásicos han mencionado la puerta al infierno situada en el antiguo
emplazamiento de Turquía, pero hasta ahora nadie había sido capaz de
encontrarla. Fue descrita también por el historiador y geógrafo griego Estrabón
como “un orificio en una cresta de la colina, lleno de niebla espesa fatal para
cualquiera que entrara”.
Y el profesor D’Andria, que actualmente está trabajando
en una representación digital del sitio, fue testigo de este efecto mortal
instantáneo a la entrada de la cueva: “Pudimos ver las propiedades letales de
la cueva durante la excavación. Varios pájaros caían fulminados cuando trataban
de acercarse a la abertura caliente, morían al instante por los gases de
dióxido de carbono”. Según Discovery News, el humo emana de una cueva
subterránea con columnas jónicas e inscripciones a Plutón y Kore, los dioses
del inframundo. También se descubrieron los restos de un templo, una piscina y
una escalera por encima de la cueva.
Curiosamente, la Puerta de Plutón no es la primera
entrada al inframundo. A solo dos mil kilómetros de aquí, separados por el mar
Caspio, en el corazón del desierto de Karakum (Turkmenistán) está el cráter de
Darvaza, un pozo de gas también conocido como “la puerta del infierno”. Durante
la excavación de una plataforma en el año 1971, los geólogos soviéticos
descubrieron esta cueva subterránea llena de gas natural. El resultado fue un
cráter que hoy mide aproximadamente 60 metros de diámetro y 20 de profundidad.
Para evitar la salida del gas, decidieron prenderle fuego y desde entonces ha
estado ardiendo. El olor del azufre se puede detectar desde lejos y el brillo
de las llamas se ve a kilómetros de distancia en la oscuridad de la noche.
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